Razón y consciencia. La transformación del cuerpo.Parte 2

     Que la vida del cuerpo, como dice Stephan Hoeller en su libro "Jung el gnóstico", parece transformarse en la muerte del alma, es algo que todos experimentamos cada día al levantarnos con sueño, soportar el cansancio, el dolor, la frustración. También una bailarina lo experimenta a diario, y cuentan que el mismo Lucifer lo pensó al ver que Dios había creado al hombre (por cierto, a su imagen y semejanza), esa imperfecta criatura hecha de carne. Al parecer, ese fue el motivo que le llevó a rebelarse contra el Creador, pues tan grande y excesivo era su amor por la luz más pura. "Cuando una elevada y santificada vida potencial se cambia por la pobreza de la realidad, experimentamos la tragedia de la alienación", apunta Hoeller. Tanto la filosofía griega como la tradición cristiana han entendido el cuerpo como la prisión de alma.
     No obstante, en el libro probablemente más antiguo que la humanidad conserva, el I Ching o Libro de la Mutaciones, encontramos un hexagrama llamado "El Aumento". Éste viene a dar un giro de 90º a lo afimado anteriormente. El traductor y comentarista de esta obra, R. Wilhelm, lo explica de la siguiente manera: "Un sacrificio de lo superior que tiene por efecto un aumento de lo inferior, se denomina Aumento por antonomasia Para insinuar de este modo la única índole del espíritu capaz de ayudar al mundo". ¿Qué puede significar que el sacrificio del alma, esto es, de lo superior en nosotros, en aras de lo inferior, osea el cuerpo, sea la única manera de ayudar al mundo?

     Tenemos pues un alma encarnada en un cuerpo, y este hecho parece jugar un papel clave en el progreso de nuestra conciencia de la libertad. El cuerpo, con sus limitaciones, le da al alma la posibilidad de realizarse (en inglés realize y en alemán realisieren significan darse cuenta, hacer consciente).Adquirir consciencia sobre lo inconsciente, iluminar las sombras y llegar a ser uno mismo es la tarea que el hombre comparte con Dios.
     Comencemos entonces. Jung afirma en "Los complejos y el inconsciente" que si bien la consciencia está localizada en el cerebro, concretamente en los hemisferios cerebrales, la consciencia no es toda la psique, antes bien es una pequeña parte; "la psique es todo el cuerpo". En esta misma obra Jung define la conciencia como una relación psíquica con un hecho central  y complejo llamado yo, en el que figura en primer lugar la percepción que ocupa el cuerpo en el espacio.
     Parece que hay una relación concreta entre el cuerpo y la psique, pero, ¿cómo es esto posible, teniendo en cuenta que estamos ante dos magnitudes absolutamente heterogéneas?
        Hace tiempo que el principio de causalidad, esto es, que todo efecto- que todo acontecimiento- tenga una causa, se consideraba universalmente válido. Pero cuando la investigación científica se extendió por el universo y por la región subatómica, (para los cuales el ojo humano necesita un instrumento, bien sea un telescopio o un microscopio) dicho principio se puso en tela de juicio, de modo que todo hace pensar que la causalidad sólo opera en las limitadas dimensiones de nuestra percepción natural.
     Jung llamó a esta ausencia de causalidad "principio de sincronicidad", y lo definió como una "coincidencia en el tiempo de dos o más acontecimientos causalmente no relacionados". Pongamos un ejemplo sencillo: nos despertamos pensando en una canción que hace mucho tiempo que no escuchamos, al encender la radio suena esa misma canción, y esa misma mañana recibimos una llamada de la persona que nos la hizo escuchar por primera vez. Obviamente el hecho de haber pensado en esa canción no es la causa de que suene en la radio,ni tampoco la causa de la llamada, pero no podemos evitar que dicha sucesión de hechos sea significativa para nosotros. Podemos atribuirlo al azar, pero ¿por qué no intentamos darle un sentido?
     El principio de sincronicidad va más allá de la excepción a la regla. Jung apunta a la existencia de un orden no causal general, es decir, el de la equivalencia de los procesos psíquicos y físicos, de modo que "no sólo es posible, sino probable, que la psique y la materia sean dos aspectos diferentes de la misma cosa".
     El alma ya no se nos presenta, al modo de los materialistas, como un efecto del cerebro, sino como una realidad compleja y en cierta manera semejante al cuerpo.En cierta manera, porque la relación de semejanza no viene dada; somos nosotros los que debemos relacionarlas mediante la elaboración del sentido, para ayudar al mundo, o para ayudarnos a nosotros mismos, que viene a ser la misma cosa.

     No sé vosotros, pero ahora empiezo a entender por qué dicen que bailar es bueno para el alma...Hasta pronto!




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