Reflexiones en cuarentena




                                                                           Photo by Peggy Choucair

"La vida de los pueblos avanza así desenfrenada, sin dirección, inconsciente, como un bloque de roca rodando por una pendiente y al que sólo puede detener un obstáculo más fuerte"

C.G.Jung, OC vol 10, p. 182

Una pandemia recorre el mundo, el viejo mundo. Los que no estamos en primera línea asistimos desde nuestras ventanas y pantallas al espectáculo devastador de cómo ese nuestro viejo mundo construido de ilusiones y ambiciones se viene abajo...¿y luego qué?, nos preguntamos sobrecogidos.

Y ahora qué.

Aún seguimos de duelo, lamentando la muerte de tantos seres humanos, y ese mismo duelo abre espacio para vislumbrar también la muerte de un viejo sistema. Es el momento propicio, ahora que (aún) tenemos tiempo, para reflexionar antes de empezar a reconstruir. No podemos volver a lo viejo. Es más necesario que nunca procurar que algo de consciencia guíe nuestros pasos para conseguir introducir algo nuevo en el mundo que nos espera. Cuanto más profundo miremos más profundas serán las raíces del mundo futuro. 


Es algo común comparar, de forma más o menos oportuna, la crisis actual con las guerras mundiales, pero no está de más recordar sus radicales diferencias, por lo demás bien conocidas: afortunadamente no estamos ahora en una lamentable lucha entre seres humanos, sino que todos y cada uno de nosotros nos enfrentamos a un enemigo común e invisible. Cierto es que no por tener un enemigo común hemos formado ya una Humanidad en su más alto sentido; antes bien la Tierra sigue dividida y dominada por el egoísmo y la ambición. Otras crisis habrán de llegar y traernos ulteriores avances, pero mientras tanto agradezcamos las posibilidades que esta nos trae. O quizá la crisis a la que nos enfrentamos sea mayor de lo que creemos y nos obligue- aprender o morir.

Podemos empezar por preguntar al enemigo qué nos trae. Lo primero y más evidente es muerte y destrucción, de millones de personas primero, y de un sistema disfuncional después. Aunque sabemos y no podemos olvidar que el verdadero sentido de la muerte, el más profundo, es la transformación, sacar sin más esa conclusión sería ir demasiado rápido. En lenguaje alquímico podríamos decir que estamos en plena nigredo. No podemos ahorrarnos trabajo. No debemos adelantar el triunfo, que se presenta costoso.

Pero este virus nos ha traído otra cosa que todos sabemos ya: la disolución de la masa. Este virus nos ha separado. Cada uno un su casa. No más aviones low cost que nos traigan y nos lleven como sardinas en lata a masificar los sitios más recónditos y vírgenes y que de paso nos ayudan a huir de nosotros mismos. No más macroconciertos, ni más manifestaciones ni demás aglomeraciones en los que la masa devore al indivuduo y le ayude a escapar de sí mismo. Al menos por un tiempo, que se preve prolongado. Ese mundo al que se refería Jung con estas palabras: "allí donde no se mueve el individuo, sino la masa, cesa la regulación humana, y los arquetipos comienzan a actuar" (op. cit. p. 182) parece que toca a su fin. Con esta pandemia todos nos hemos visto obligados, cada uno según sus posibilidades, a mirar hacia dentro, a vivir la soledad y a convivir con nuestros fantasmas. Yo lo celebro.

El estudio de la psicología de masas podría ser una buena vacuna para estos tiempos. Jung advirtió que además de la desaparición del individuo, una de las características de la masa es el racionalismo de las ciencias naturales, que priva al individuo de su fundamento y dignidad, convirtiéndolo en una mera estadística. Actualmente vemos en el telediario cada día cómo insisten en que "el número de muertes no son meras estadísticas"; se trata de un comentario , que si bien es algo inconsciente, busca paliar el sentimiento de insignificancia que asola a cada vida individual en el seno de la masa y evitar así que el individuo se deje aplastar por las verdades estadísticas. Por ello, y más que nunca, nuestra fe debe tener fundamentos individuales. Ahora que la religión colectiva se ha visto impedida en sus celebraciones el momento es óptimo para elaborar un sentido libre e individual que justifique la propia existencia y que, dado que no hay libertad sin responsabilidad ni ética, permita articularla armoniosamente con la vida del otro y con la naturaleza.

Entonces, si miramos la situación de la humanidad anterior a la pandemia en clave simbólica, ¿estábamos viviendo una epidemia psíquica , una psicosis de masas, como diría Jung? Llevamos siglos creado frenéticamente un mundo dividido en países ricos y en países pobres.  Los pobres muriendo de hambre, y los ricos repartiéndonos el botín, cerrando fronteras ante la avalancha de los pobres a los que nosotros despojamos, destrozando el planeta y dividiendo a su vez a los ciudadanos en ricos y pobres. Y esos ciudadanos ricos a su vez huyendo de nosotros mismos, de nuestra responsabilidad, alimentando a la masa inconsciente, retocando nuestros cuerpos con bisturí por no aceptar la verdad de nuestras almas, embarcando rumbo a países exóticos en aviones contaminantes e infectando con nuestra civilización desnaturalizada los pocos rincones limpios que quedaban en el planeta...pero también limpiando nuestra conciencia con reivindicaciones animalistas y ecologistas. Ya advirtió Jung que de un camino tan inconsciente sólo nos sacaría una catástrofe. ¿Qué creación monstruosa has interrumpido la pandemia?

Es de sobra conocido el hecho de que bajar a los infiernos tiene un peligro: quedarse atrapado en él. Jung lo explicó del siguiente modo: "Si esta situación de lo inconsciente colectivo se debe a un completo hundimiento de las esperanzas y expectativas conscientes, surge el peligro de que lo inconsciente ocupe el lugar de la realidad consciente. Se tratará de un estado mórbido" (OC vol. 10 p.226). Esto nos lleva al tema de la esperanza, que dejo para la siguiente ocasión. Mientras tanto, podemos practicar el mea culpa individual y colectivo y pensar a qué estamos dispuestos a renunciar en la nueva vida que nos espera para ser construida.

Photo by Peggy Choucair




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