Razón y consciencia. La transformación del cuerpo. Parte 1

Me propongo en este pequeño artículo exponer mi experiencia personal en el ballet desde una perspectiva teórica pero también vital. Ha sido un arduo y largo camino, lleno de esfuerzo y estudio, cuya meta aún no ha sido alcanzada, pero está movido por un sentido que me gustaría compartir y que nos remonta a la visión que tengo del mundo y de la filosofía
El pensamiento racional, lógico y analítico que caracteriza al mundo occidental nos llevó ya en sus orígenes griegos, a separar el alma del cuerpo, con objeto de conocer ambos por separado. A lo largo de la historia comienza a olvidarse el objetivo del pensamiento racional, a saber, separar el todo en partes para su análisis, y posteriormente presentar las partes, una vez conocidas, como indisolublemente unidas, y esto llegó al colmo del absurdo en el siglo XIX, en el que la mente quedó reducida a un efecto de la materia altamente organizada.
Paralelamente a esta construcción racional del mundo occidental se fue creando una Metafísica dominada por la creencia en un Dios separado del mundo, al que gobernaba. Eso nos colocó en el lugar de una criatura que debe acatar la ley moral impuesta externamente por el creador.
Posteriormente la ciencia, que comenzó alabando la creación racional de Dios, ante la imposibilidad de demostrar racionalmente su existencia, terminó por matarlo. Para los intelectuales de los siglos XVIIIy XIX aún era posible asumir que la destrucción de la antigua religión dejaría intacta la moralidad, pero ya en el siglo XX se comprobó que no era así, y actualmente nos encontramos perdidos, sin Dios, sin alma y sin moral, y por supuesto sin la posibilidad de volver al principio como si nada hubiera pasado.
No obstante, rebuscando un poco en la historia del pensamiento, encontramos que Hegel, en el siglo XIX, ya se percató de esta situación, de la cual Kant es el máximo exponente, a saber: que la Razón Ilustrada es el entendimiento kantiano, con su categorías, la escisión entre objeto y sujeto, la posibilidad de conocer únicamente lo fenoménico y la obligación de aceptar que el mundo natural es más racional que el humano. Pero el aparente triunfo de la Razón, a costa de ser reducida a entendimiento, supone la pérdida del  sentido que debería dirigir cualquier actividad del ser humano y su sustitución por un sentido que escinde, analiza y separa. En cambio, la razón de Hegel es una razón integradora, es conciencia. Entendida como “progreso en la conciencia de la libertad”, queda patente que somos nosotros, los individuos, los que tenemos que tomar la tarea de encarnar los principios de la razón. La razón, en cuanto abstracta, necesita de nosotros para convertirse en substancia dinámica, motora… en sujeto, y sujeto consciente.
Jung se refirió a nuestra era como un período que los antiguos griegos habrían denominado kairos, el momento perfecto. Es como si toda la fuerza disolvente de la “razón” hubiera gastado su furia; todo está muerto por fin, diseccionado en todas sus partes; muerto Dios, muerto el sentido y muerta el alma…¿cómo puede estar viva la materia?

Ahora la materia, en cuyos límites se han derrumbado los principios clásicos de la ciencia, debe ser espiritualizada, resucitada.
Dicha tarea pasa por retomar el mito de “la transformación de Dios”, como experiencia que integre lo conquistado por la ciencia y lo sacrificado por ella. En tanto que experiencia sólo puede ser realizada por cada uno, y sólo ella puede reestablecer la dimensión espiritual perdida, pero desde la más rigurosa inmanencia. La moral adquiriría el significado de la verdadera libertad, el cuerpo sería una realidad viva y el principio de causalidad sería transcendido.
W. Blake dijo que el ser humano no tiene un cuerpo distinto del alma porque lo que se llama cuerpo es aquella porción del alma que puede ser percibida por los sentidos. Se trata, en cierto modo, de la concepción más primitiva, pero incorporándole lo que mediante la razón hemos conquistado, quizá nos permita dar el primer paso para cumplir nuestro mito, “llegar a ser lo que nosotros mismos somos” y materializar el espíritu.

Por todo ello propondré aquí la danza clásica como paradigma para encarnar este proceso en el que el cuerpo oscuro, inconsciente, es transformado en oro, que es luz, esto es, consciencia hecha cuerpo. Pero eso será en la siguiente parte de este escrito...
Hasta pronto!

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